Eran las tres y media de la tarde, había sonado la campana, todos se habían ido a sus casas, el conserje había cerrado las puertas y apagado las luces. Excepto las del aula de castigo.
Era la cuarta vez que Lara llegaba tarde esta semana. Y su castigo era permanecer encerrada allí, un total de cuatro horas repartidas en dos días. "Tampoco es un delito tan grave". Pensó ella.
Lara se acababa de mudar a las afueras de la ciudad y eso le complicaba el hecho de llegar a clase a la hora correcta. Existían otros institutos más cerca de su casa, pero todos eran privados y sus padres no se lo podían permitir.
Miraba el reloj, impaciente, mientras tamborileaba un lápiz mordisqueado contra la mesa.
-Ya te puedes ir.- dijo una voz que apareció de la nada. Lara se giró tan rápido que casi se cae de la silla.
-¿Enserio?- preguntó con un brillo en los ojos.
-Sí. Ha venido tu madre a recogerte.
El brillo se desvaneció por completo. La expresión de la cara se volvió tétrica. Ahora tendría que aguantar a su madre todo el camino de vuelta a casa, escuchando el sermón de las responsabilidades por enésima vez. La idea del castigo había cambiado.
Salió tímidamente del aula, atravesó el pasillo lo más lento que pudo y abrió la puerta de salida. ¿O no? Más bien se dio de bruces contra ella.
-¿Pero qué...?
Tiraba, tiraba y tiraba. Nada. No se movió ni una lámina de madera.
-Jovencita, la puerta está cerrada.-exclamó el conserje.
-Sí, me he dado cuenta.
El conserje sacó de su bolsillo izquierdo un aro metálico que contenía todas y cada una de las llaves del edificio, seleccionó la adecuada y abrió la puerta resoplando. Lara salió disparada hacia el exterior.
-¡De nada!- gritó el hombre. Pero Lara ya se había marchado corriendo. Ahora venía la parte en la cual Lara se metía en medio de la batalla armada con un osito de peluche.
-¡Lara castigada, Lara castigada, Lara castigada!- gritaba Oliver, su hermano pequeño.
-¡Mamá! ¿Por qué te has traído al mocoso?
Su madre no respondió. Se limitó a arrancar el coche.
Fue un trayecto largo y silencioso. Muy silencioso. Hasta Oliver había dejado de burlarse de Lara.
-¿No vas a decirme nada?-preguntó Lara algo confusa.
-¿Para qué quieres que te diga algo, si te va a dar igual?
-¿No estás enfadada?
-No.
Lara abrió los ojos como platos. No podía creer lo que estaba oyendo.
-Estoy disgustada.
Y el mundo volvió a la normalidad.
-Sé que es duro para ti que nos hayamos mudado otra vez, y que tu instituto esté tan lejos, pero deberías empezar a ser más responsable, Lara. ¡Con el hecho de que te levantes media hora antes es suficiente! Pero tu misma, Lara. ¿Querias que te tratara como una adulta? Pues lo haré. Por cierto, te dejaré por esta zona. Quiero que vayas al supermercado y me compres unas cuantas cosas.
-Pero...
La mirada fulminante de su madre cortó la protesta. Lara extendió la mano y su madre le entregó unos cuantos billetes y la lista de la compra.
-Tendrás que volver caminando.
Y mientras se alejaba, su hermano pegó la cara contra el cristal y le hizo una mueca burlona.
Una hora más tarde, Lara salió del supermercado cargada con bolsas y se percató de que chispeaba.
"Por favor que no llueva, por favor que no llueva".Y salió despacio silbando bajo mirando el suelo que se humedecía cada vez más y más.
~Continuará...
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