martes, 12 de agosto de 2014

Capítulo 4: Sonríe y asiente.

Ana estaba detrás de la barra limpiando la encimera mientras su compañera, Carolina, atendía a la mesa seis.
Todos los días, a la misma hora, la misma pareja de abogados, se sentaba en la misma mesa, para tomar el mismo café y dejar la misma propina. Si alguien estaba sentado en esa mesa al momento de su llegada, la mujer inmediatamente conseguía hacerle trasladar hacia otro lugar.
Carolina suspiró, rezó para sus adentros y preguntó:
- ¿Qué desean?
- Voy a obviar la respuesta.- respondió el hombre.
- ¿Dos cafés?
- Y rapidito.
Ella se dio la vuelta y repetia: "Sonríe y asiente, sonríe y asiente."
- ¿Otra vez esos estirados, eh?- le preguntó Ana.
- Voy a obviar la respuesta.
Las dos se rieron a lo bajini.
En ese preciso instante entró una mujer. Era alta, esbelta, misteriosa. A Ana le cambió el rostró bruscamente.
- La madre que la...
- ¡Ana!
- ¡Lo siento! Pero es que está aquí la de los servicios sociales.- añadió en susurros.- ¿Puedes encargarte de los "Miranda"?
- Vale, pero algún día me explicarás por qué los llamas "los Miranda".
- Simplemente porque a parte de ser unos estirados, son bastante fisgones.
- Ah, porque Miranda viene de mirar.
Ana aplaudió sarcásticamente y fue directa a hablar con la señora.
- Ana, tenemos que hablar.
"Sonríe y asiente, sonríe y asiente."
- La policía ha inspeccionado el coche de tus padres y...
- ¿Saben quien causó el accidente?
- No. No es eso. Encontraron una llave con tu nombre en la chaqueta de tu padre.
- Una llave. ¿Una llave? ¿Para qué quiero yo una llave?
- No lo sé. Te la he traído para que lo averigües. Toma.
Ana cogió la bolsita de plástico que contenía dicho objeto y arqueó las cejas.
- No tengo ni la más remota idea de lo que es esto.
- En todo caso, quédatela. Algo tiene que significar.
- Está bien. Bueno, tengo trabajo.
Su casa estaba solo a la vuelta de la esquina, así que se dirigió hacia la puerta y se dispuso a a salir.
Al llegar al piso, vio que su tía no estaba. Era evidente que su prima tampoco. Aprovecho, la situación y se puso a buscar cualquier cosa que hiciera referencia a la llave. Un armario, quizás. Un cajón, una puerta, una caja, algo.
Nada. No encontró absolutamente nada. Todo en aquella casa estaba abierto y no tenía secretos.
Dejó la llave bajo su almohada y corrió edificio abajo para que no notaran su ausencia en la cafetería.
Al atravesar el umbral de la puerta obsevó como Carolina ya se estaba poniendo morada de la rabia.
- A ver, señora. Su marido me dijo que le trajera lo de siempre. Y como lo de siempre son dos cafés, pues he traído dos cafés.
- Sí, pero este café no nos gusta.
Ana fue a su rescate, cogió las tazas, aún llenas de café, y dijo entre dientes:
-Sonríe y asiente, sonríe y asiente.

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